Cada vez que nos olvidamos de una fecha, la capital de un país o el nombre de una canción siempre se acude al gran buscador de Google para buscar la respuesta. ¿*Es esta la señal de que estamos perdiendo la capacidad de retener conocimientos por la tecnología*?
La respuesta es que no. Las máquinas no están destrozando nuestra memoria.
Lo que sucede en realidad es que se ha empezado a adaptar las máquinas a una vieja técnica que desarrollamos hace miles de años, la “memoria transactiva”. Es decir, el arte de almacenar información en las personas que nos rodean. Se ha empezado a tratar los motores de búsqueda, Evernote y los smartphones como siempre hemos tratado a nuestros cónyuges, amigos y colegas.
Son los cómodos dispositivos usados para compensar nuestra escasa capacidad de recordar detalles, ya que el cerebro siempre ha tenido dificultades para ello. Sabemos retener la información esencial.
¿Pero los datos concretos y engorrosos? No tanto. En un estudio de 1990, mucho antes de que las redes corroyeran nuestras mentes como se piensa, el psicólogo Walter Kintsch llevó a cabo un experimento en el que los sujetos leían varias frases. Cuando les preguntaba 40 minutos después, solían poder recordar las frases al pie de la letra. Cuatro días después, eran totalmente incapaces de recordar la formulación exacta de la frase, pero aún sabían describir su significado.
La excepción es cuando alguien está obsesionado con un tema. Si una persona es muy aficionada a algo concreto, suele tener gran facilidad para absorber y retener detalles. Cuando uno es experto en algo, no le cuesta nada aprender datos nuevos sobre la materia. Pero eso solo pasa con cosas que nos apasionan. Los aficionados al béisbol pueden recitar las estadísticas de sus jugadores favoritos y en cambio olvidar cuándo es su propio cumpleaños.
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